Karen Abudinen
Magaly Vargas: las vidas de los profes también enseñan

Fernando Savater, en su libro El valor de educar, explica que una de las cosas que nos hace humanos es la capacidad de aprender constantemente, más allá de la edad que tengamos. En el tiempo que he trabajado en educación he aprendido muchas cosas. Ante todo, al hacer parte de esta gran familia educativa, afirmé todo lo que mis maestros me enseñaron cuando yo fui estudiante: hay que ser perseverante, luchar por superar metas, soñar con el corazón. Los profes de Barranquilla han sido una gran inspiración para mí y hay tres palabras que resalto de su labor: vocación, constancia y entrega.

Para la Seño Magaly Vargas, desde que empezó a enseñar hace más de 25 años, cada día ha traído sorpresas diferentes. Enseñó en la universidad, en preescolar, primaria y bachillerato, y es el perfecto ejemplo de una mujer con vocación, constancia y entrega por lo que hace. Aunque tuvo la oportunidad de trabajar en educación superior, hubo algo que la llamó a quedarse con los niños de primaria.

Considero que es una labor muy bonita la de empezar a moldear a los niños, desde pequeños, para ser hombres y mujeres de bien que puedan aportarle algo a la sociedad.

Como muchos otros profes que prefieren trabajar con los más jóvenes, esta mujer se enamoró de su profesión desde temprano; y aunque se ha visto ante dificultades para poder enseñar, su vocación la ha impulsado a superarlas.

A lo largo de mi carrera como docente he tenido grandes experiencias que me han ayudado a crecer como persona. Cuando empecé a enseñar, a los 19 años, trabajé en una zona rural del municipio de Candelaria que se llama Carreto.  Esta era una zona de difícil acceso, eran caminos destapados, no entraban vehículos y era muy difícil enseñar allí por las condiciones en las que se encontraba el pueblo.

Esta barranquillera escuchaba a su corazón y daba todo de sí para llegarle a sus niños. Es impresionante lo que podemos lograr cuando tenemos las ganas, el impulso y el amor por lo que hacemos.

Las mañanas eran duras, siempre debía buscar la forma de movilizarme hasta Carreto. Muchas veces tuve que pedirles a los conductores de mula que me llevaran; otras, el carro del panadero o el de la leche, que iban para allá, me hacían el favor. Cualquier vehículo que nos pudiera transportar, a mí y a mis compañeros, era una oportunidad para cumplirles a los niños. Incluso, muchas veces, como no entraba ningún carro, nos íbamos caminando por unas trochas para llegar a cumplir con nuestra labor.

Al final del día, todo valía la pena. La sonrisa de los niños llenaba de vida a Magaly.

Cada día vivía cosas que me enamoraron de la profesión y de los niños. Cuando uno trabaja con amor, no hay obstáculos que le impidan llegar a su meta.

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Este fue el comienzo de toda una vida de trabajo hecho desde el corazón que ha favorecido enormemente a nuestros niños barranquilleros. Hoy, Magaly trabaja en el Colegio David Sánchez Juliao, ubicado en el barrio Buena Esperanza.

Descubrí que lo mío eran los niños de primaria. Decidí quedarme con ellos y en este colegio en particular, porque considero que es una labor muy bonita y muy necesaria en un sector tan vulnerable. En primaria trabajo muchos aspectos y en una forma integral. Yo me enfoco no solo hacia el conocimiento sino también en formarlos como personas. Ellos vienen de lugares vulnerables, algunos de hogares disfuncionales; son niños que a menudo están al cuidado de gente distinta a sus padres, como vecinos o tíos. Sé que ellos necesitan amor, respeto y ejemplo.

Qué bella forma de resumir el reto de un docente. Pues enseñar no se resume en dictar un contenido académico, sino en involucrarse en la formación de un ser humano integral e íntegro.

Uno trata de brindarles a los niños ese cariño que no encuentran en sus hogares, y es tan maravillosa la experiencia que llega un momento en que los niños no se quieren ir a la casa, sino permanecer en el colegio, Eso no quiere decir que uno sea permisivo con ellos, uno también trata de alejarlos de todas las cosas malas que los pueden rodear y les enseña las cosas buenas para sacarlos adelante con disciplina y mucho cariño.

Muchas veces, en vez de decirme Seño o profe, los niños me dicen mami. Cada vez que eso pasa todos nos reímos juntos, los niños y yo. Hay días en que, cuando no hay clases, las mamás me llaman porque sus hijos se ponen a llorar en la casa, pidiendo que los lleven a la escuela para estar con la Seño Magaly. Esa es mi mejor recompensa, porque sé que este es el lugar en el que debo estar.

La profe Magaly es una maestra que merece reconocimiento por su entrega. Hoy, 35 años después, sigue levantándose cada mañana con ganas y con el corazón lleno de amor. Este es el tipo de profes que tenemos en Barranquilla, hombres y mujeres que, pese a las adversidades o dificultades que se presentan en el día a día de su trabajo, siguen pa’lante, dispuestos a ser figuras ejemplares para sus estudiantes. Gracias Seño Magaly, por enseñarme a mí, a tus estudiantes y a todos los barranquilleros lo que es ser una profe DE PRIMERA.

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